Un día cualquiera
A veces, llega el sol con la mañana a cuestas
desperdigando luces y sombras
por el paisaje urbano que habita
tras el transparente cristal de mi ventana.
Llega temprano para hablar de cosas serias
y demasiado tarde para soñar.
Levanta la veda del quehacer diario
con los eternos misterios de un nuevo día
pegados a los talones de mis zapatos.
Luego, con la indiscreta luz del mediodía,
un bullicioso enjambre de ruidos y voces
aparcará las sombras encogiéndolas
bajo el estrecho alero de los tejados.
Y llegará la siesta, modorra y sudorosa,
a silenciarlo todo,
todo menos el guiño de una mirada
cómplice de argumentos
para sembrar fugaces instantes
de deseos compartidos.
Después el sol, en su descenso lento,
alargará de nuevo las sombras
de todo cuanto vive y muere sin remedio.
La noche abrazará sus misterios de siempre
y un gato maullará con voz de niño
recordándonos lo que fuimos.
Y volverá de nuevo el sol
con su mañana a cuestas,
un nuevo día
arrancará el motor de la vigilia
y buscaremos un motivo,
un instante distinto, acaso un gesto,
que lo convierta en diferente,
que nos transforme y nos haga sentir,
tal vez, más vivos.
Pero hay veces que amanece nublado,
y las espesas nubes están donde suelen estar,
ocultando al astro rey.
Entonces no es el sol,
sino la tenue luz que las traspasa
la que arrastra a la mañana
por las veredas grises de la semioscuridad.
Y si la lluvia cae,
el urbano paisaje
se adorna de multicolores paraguas,
de charcos, a veces, insalvables,
de resbaladizas gotas en cristales transparentes,
de cortinas de agua que renuevan
el curso infatigable de la vida,
con las mismas prisas del quehacer diario,
con la misma búsqueda de ese motivo,
de ese instante, de ese gesto,
de esa mirada que nos transforme
y nos haga sentir,
tal vez, más vivos.
Quiero decir con esto
que poco importa cómo llegue la mañana,
ya sea el sol quien, a cuestas, la transporte,
o la tenue luz que las nubes atraviesa.
Quiero decir que siempre llega
cargada de cuentos y misterios nuevos,
de monótonos saludos,
de vigilia abocada a la aventura,
del urbano latir que nos convoca
en el mismo lugar que nos contempla
sin más emociones que las nuestras;
así, sin más, eternamente,
vagando entre nosotros, invisible,
enmarcando los recuerdos de las sombras
que anclamos sin remedio en el pasado,
mientras el día avanza
enjuto de sol
o bajo un techo acolchado de nubes,
donde seguiremos buscando
ese instante, ese gesto, esa mirada
que nos transforme y nos haga sentir,
tal vez, más vivos.
Para qué pensar en el mañana
si todo es hoy,
aunque la negra noche nos venga a recordar
la necesidad de los sueños,
para, después, con la vigilia a cuestas,
lanzarnos al vacío sin red bajo el trapecio,
bajo la inmensa luz
de un sol a cielo abierto
o grisácea y acerada de la lluvia.
Esa luz que nos descubre
y nos doblega a la presencia
ante un charco observador que hace de espejo
o ante la sombra elástica que circunda
el monótono saludo mañanero,
el urbano latir que nos convoca
en el mismo lugar que nos contempla,
sin más emociones que las nuestras,
en busca de ese instante, ese gesto, esa mirada
que nos transforme y nos haga sentir,
tal vez, más vivos.
Sin embargo, hoy el día
ha llegado en transporte diferente,
porque el sol hace trasbordo entre las nubes
que, dispersas, nos presentan
un cielo moteado de algodones.
Hay lluvia intermitente
y un sol de luz dorada a cada instante.
Hoy llega equilibrada la balanza.
Y habrá, sin duda, puertas para abrir,
y puertas que, cerradas, nada importen.
Y un charco, cual espejo, me contempla,
y un sol que, tras de mí, lleva mi sombra
pegada a mis talones,
y un viento suave y dulce que me besa
con labios de colores diferentes.
Y el urbano latir cambia el sonido,
y ya no es tan monótono el saludo mañanero,
y cambia este lugar que nos contempla,
y no hay más emociones que las mías;
porque hoy vendrá a buscarme aquel instante,
aquel ansiado gesto, la mirada
que me transforme en mí
para hacerme sentir,
tal vez, más vivo.
JAVIER FEIJÓO
(De mi libro "Cajón de sastre")
Fotografías: José Manuel Ferrera Boza
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