2/11/08

El tiempo perdido


Su respuesta fue, en exceso, silenciosa,
pues nada dijo,
tan sólo me miró fijamente a los ojos
y, telepáticamente,
lloraron juntos los suyos y los míos.
De la pregunta ya ni me acuerdo,
y hasta me da igual.
El estruendo de las lágrimas
rompiéndose en las punteras de mis zapatos
me hizo perder la memoria;
me sorprendió su rostro,
su gesto exiliado del odio
y confuso ante la única verdad:
el llanto por el tiempo perdido.

Javier Feijóo
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