Primeras tardes de otoño
El claroscuro tardío de la tarde.
Mi soledad acompañando al sol
con la mirada.
El cielo adormecido hoy se va antes.
Y si hay luna
estará en vela hasta mañana.
Se suspende el pleno improvisado
que en las ramas
celebran gorriones ya cansados
de escudriñar desde el aire las migajas
para el sustento del nido que formaron
con ramitas de amor sobre aquel árbol,
escogido sin azar una mañana
de entusiasmo enamorado.
Se amontonan en la mente los momentos
divisando el horizonte anaranjado,
cuando el sol se nos antoja más cercano;
sensación de ceguera que en el cielo,
cuando el fuego de la tarde se doblega,
tintinea con la luz de las estrellas.
Sin pudor,
del calendario se resbala
otra hoja que callada tambalea
y se pierde como el humo hacia la nada
cuando el cero de las doce campanea.
Y los búhos,
con los ojos asustados,
celebran que sus días son más largos;
y en la noche la mirada se nos queda
y el amor se nos antoja más callado.
Mi soledad acompañando al sol
con la mirada.
El cielo adormecido hoy se va antes.
Y si hay luna
estará en vela hasta mañana.
Se suspende el pleno improvisado
que en las ramas
celebran gorriones ya cansados
de escudriñar desde el aire las migajas
para el sustento del nido que formaron
con ramitas de amor sobre aquel árbol,
escogido sin azar una mañana
de entusiasmo enamorado.
Se amontonan en la mente los momentos
divisando el horizonte anaranjado,
cuando el sol se nos antoja más cercano;
sensación de ceguera que en el cielo,
cuando el fuego de la tarde se doblega,
tintinea con la luz de las estrellas.
Sin pudor,
del calendario se resbala
otra hoja que callada tambalea
y se pierde como el humo hacia la nada
cuando el cero de las doce campanea.
Y los búhos,
con los ojos asustados,
celebran que sus días son más largos;
y en la noche la mirada se nos queda
y el amor se nos antoja más callado.
Javier Feijóo (Otoño del año 1999)
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