El jeó d'un desengaño
En la noche,
aonde la soledá s'agazapa
con el oscuro silencio
d'un recuerdo desipao
y estornúa salpullíos de nostalgia
remojaos con querencias añugás
en el gañote de la rabia.
Po la noche,
cuando rondan las bisarmas blanquecinas
con ese fato jediondo
d'un pasao corrompío,
rebuscando en el jondón de sus alforjas
las migajas d'un cariño devorao.
De noche,
sin ponese lentejuelas ni abalorios
s'arriscan sin pudó los malos tragos,
luciendo jarapales esgarraos,
rezurcíos con jilillos de pellejo
que trenzaron las púas der doló
empuñás por el jeó d'un desengaño.
Es la noche,
con su fuego de carbuncos apagaos,
la qu'abrasa sentimientos escondíos
que se rumian mu p'adrento,
camuflaos con el terno gris ceniza ...
del olvido.
Javier Feijóo
(Del mi libro: “¡Asina! Sentimientos en castúo”)
con el oscuro silencio
d'un recuerdo desipao
y estornúa salpullíos de nostalgia
remojaos con querencias añugás
en el gañote de la rabia.
Po la noche,
cuando rondan las bisarmas blanquecinas
con ese fato jediondo
d'un pasao corrompío,
rebuscando en el jondón de sus alforjas
las migajas d'un cariño devorao.
De noche,
sin ponese lentejuelas ni abalorios
s'arriscan sin pudó los malos tragos,
luciendo jarapales esgarraos,
rezurcíos con jilillos de pellejo
que trenzaron las púas der doló
empuñás por el jeó d'un desengaño.
Es la noche,
con su fuego de carbuncos apagaos,
la qu'abrasa sentimientos escondíos
que se rumian mu p'adrento,
camuflaos con el terno gris ceniza ...
del olvido.
Javier Feijóo
(Del mi libro: “¡Asina! Sentimientos en castúo”)
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UN SUEÑO DE ROMÁNTICOS
¿Quién no ha oído alguna vez esta frase: “Quien no diga jierro, jumo, jacha, jigo y jiguera no es de mi tierra”?
El “castúo”, que en los versos de Chamizo cobró cuerpo en forma de bandera, sigue vivo en la expresión oral de muchos extremeños que se resisten a la colonización lingüística de foráneos que, con su intento de ridiculizar nuestra forma de expresarnos, pretendieron enterrarlo en el pasado.
Este pueblo oprimido y humillado durante tantos años, esta “cara oculta de la Tierra”, hoy levanta la frente y comienza a presumir ante España y ante el mundo de su historia, sus paisajes, su cultura y sus ritos ancestrales, rechazando los complejos que otrora nos situaron en las posaderas del progreso.
Hoy por hoy, la globalización apunta en contra de la definición de un proyecto que tal vez nunca existió. Una idea que, aún en la mente de muchos, nunca llegó a materializarse. Un sueño de románticos castúos que deseaban la regulación gramatical y la oficialidad lingüística del verbo extremeño, para preservar una de las señas de identidad más importantes para un pueblo: Su idioma.
Y ahora, aquella idea o aquel proyecto inexistente, cuando menos, sigue siendo una ilusión. Una fantasía de rabiosa actualidad en la voz de todos los extremeños que espantan de su entorno los complejos y los miedos a expresarse con “...esos verbos qu’entavía están ahí, resquebrajaos pero enteros, como terrones pardos y castúos que no se runden con el paso de los años, manque quieran encerraglos en el presiyo del tiempo los que vinieron d’ajuera con sus finolis palraos...”
Si el participio ha de ser “pasado”, olvidemos todos los “pasaos” (pero todos), porque si no flotará en el ambiente un “ jeó a desengaño” cuando se invierta en arqueología arquitectónica y se ignore la arqueología lingüística. Pues si tan trascendente es para el fortalecimiento de la historia y la cultura de un pueblo la recomposición, trozo a trozo, de una muralla o un jarrón árabe o romano, cuánto más trascendente no ha de ser el evitar que bajo el pardo manto extremeño quede definitivamente sepultada su autóctona forma de expresarse, si, precisamente, es en el idioma donde reside el máximo exponente del reconocimiento externo a la potencia cultural de un pueblo.
EN LA TASCA DE CURRO
- Curro ¿Tú dónde aprendiste a hablar así?
- En ningún lao. Yo he aprendío de mis padres, mis agüelos y mis hermanos. Tós palramos iguá. Como yo juí mu poco a la escuela, de siempre m’ha costao mucho jilvaná las palabras que vién en los libros, porque no vién escritas lo mesmo que las prenunciamos. Ni siquiá’l maestro palraba iguá drento que juera de la escuela. Un suponé, en la tasca de mi cuñao Celipe, aonde iba argunas veces a llevale argún recao de mi padre, un día estaba p’allí el maestro (porque s’había liao de caraba con su compadre) y l’ascuché icir: “...¡Güeno! Nus amos a dir diendo ya”; pero en la escuela, ar finá de la clase siempre icía: “...¡Bueno! Nos vamos a ir yendo ya”.
- ¿Y por qué hacía eso?
- No sé, enjamás me s’ocurrió preguntáselo, no juera a sé qu’encima m’atizara un capón.
- Ja, ja, ja...
- ¿Qué te jace tanta gracia?
- Nada hombre. ¡Anda, sírveme una copa y cuéntame más cosas de cuando eras pequeño!
- No, que te riyes.
(Del mi libro: “oCURRencias”)
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UN SUEÑO DE ROMÁNTICOS
¿Quién no ha oído alguna vez esta frase: “Quien no diga jierro, jumo, jacha, jigo y jiguera no es de mi tierra”?
El “castúo”, que en los versos de Chamizo cobró cuerpo en forma de bandera, sigue vivo en la expresión oral de muchos extremeños que se resisten a la colonización lingüística de foráneos que, con su intento de ridiculizar nuestra forma de expresarnos, pretendieron enterrarlo en el pasado.
Este pueblo oprimido y humillado durante tantos años, esta “cara oculta de la Tierra”, hoy levanta la frente y comienza a presumir ante España y ante el mundo de su historia, sus paisajes, su cultura y sus ritos ancestrales, rechazando los complejos que otrora nos situaron en las posaderas del progreso.
Hoy por hoy, la globalización apunta en contra de la definición de un proyecto que tal vez nunca existió. Una idea que, aún en la mente de muchos, nunca llegó a materializarse. Un sueño de románticos castúos que deseaban la regulación gramatical y la oficialidad lingüística del verbo extremeño, para preservar una de las señas de identidad más importantes para un pueblo: Su idioma.
Y ahora, aquella idea o aquel proyecto inexistente, cuando menos, sigue siendo una ilusión. Una fantasía de rabiosa actualidad en la voz de todos los extremeños que espantan de su entorno los complejos y los miedos a expresarse con “...esos verbos qu’entavía están ahí, resquebrajaos pero enteros, como terrones pardos y castúos que no se runden con el paso de los años, manque quieran encerraglos en el presiyo del tiempo los que vinieron d’ajuera con sus finolis palraos...”
Si el participio ha de ser “pasado”, olvidemos todos los “pasaos” (pero todos), porque si no flotará en el ambiente un “ jeó a desengaño” cuando se invierta en arqueología arquitectónica y se ignore la arqueología lingüística. Pues si tan trascendente es para el fortalecimiento de la historia y la cultura de un pueblo la recomposición, trozo a trozo, de una muralla o un jarrón árabe o romano, cuánto más trascendente no ha de ser el evitar que bajo el pardo manto extremeño quede definitivamente sepultada su autóctona forma de expresarse, si, precisamente, es en el idioma donde reside el máximo exponente del reconocimiento externo a la potencia cultural de un pueblo.
EN LA TASCA DE CURRO
- Curro ¿Tú dónde aprendiste a hablar así?
- En ningún lao. Yo he aprendío de mis padres, mis agüelos y mis hermanos. Tós palramos iguá. Como yo juí mu poco a la escuela, de siempre m’ha costao mucho jilvaná las palabras que vién en los libros, porque no vién escritas lo mesmo que las prenunciamos. Ni siquiá’l maestro palraba iguá drento que juera de la escuela. Un suponé, en la tasca de mi cuñao Celipe, aonde iba argunas veces a llevale argún recao de mi padre, un día estaba p’allí el maestro (porque s’había liao de caraba con su compadre) y l’ascuché icir: “...¡Güeno! Nus amos a dir diendo ya”; pero en la escuela, ar finá de la clase siempre icía: “...¡Bueno! Nos vamos a ir yendo ya”.
- ¿Y por qué hacía eso?
- No sé, enjamás me s’ocurrió preguntáselo, no juera a sé qu’encima m’atizara un capón.
- Ja, ja, ja...
- ¿Qué te jace tanta gracia?
- Nada hombre. ¡Anda, sírveme una copa y cuéntame más cosas de cuando eras pequeño!
- No, que te riyes.
(Del mi libro: “oCURRencias”)
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