16/1/08

Muy diversas opiniones...


Muy diversas opiniones se han vertido en estas pasadas fechas en distintos medios de comunicación escrita (omito las tertulias radiofónicas porque la espontaneidad suele ser deprimente cuando se va predispuesto a espontanear) a cerca de la Navidad y toda su parafernalia.

Unos, detestándola, nos han mostrado su desinterés con argumentos como la hipocresía de un cariño aparente, la bondad temporal o el consumismo salvaje propiciado por la impecable e insaciable publicidad. Y otros, ilusionándose, porque en esas fechas se arropan al calor de sus familias, desde la sinceridad de un amor constreñido por la distancia o por las responsabilidades profesionales.

Y es lo cierto que tan aceptable, e incluso certera, es una opinión como la otra. Ambas son perfectamente compatibles (salvaguardando momentos puntuales). Pero es necesario recordar que la Nochebuena, la Navidad o la Epifanía son fechas festivas en el calendario por motivos exclusivamente religiosos. Y es desde este inequívoco punto de vista desde el cual quiero expresar mi opinión al respecto.

Hoy en día nadie puede negar que esas conmemoraciones religiosas han venido sufriendo una apreciable mutación. Si en un principio llevaban una tilde puramente espiritual, ahora llevan una acentuación fundamentalmente (que no fundamentalista) pagana.

Y al igual que ocurre con las fiestas navideñas está ocurriendo con los bautizos, las primeras comuniones o las bodas. Celebraciones religiosas que arrastran en torno a ellas similares volúmenes de hipocresía social, bondad temporal y consumismo salvaje. Y qué decir de la Semana Santa, en cuyas fechas la rivalidad entre los miembros de distintas cofradías, diócesis y ciudades, con la colaboración de los gobiernos y empresas locales para fomento del turismo, ponderan su valor comercial en detrimento de su ancestral valor espiritual. Todas ellas son celebraciones donde la religión y los negocios se ensamblan en perfecta comunión formando parte de un todo.

Pero no es mi propósito desautorizar con mi opinión las festividades religiosas y los dogmas de fe que las sustentan (pilares indiscutibles de su fáctica y espiritual influencia en gobernadores y gobernados de todo el mundo), sino contrastarlos y familiarizarlos con la realidad social actual. Y ello no ha de ser motivo para escandalizarse, porque las autoridades religiosas, en la misma medida que han venido perdiendo poder y credibilidad, como consecuencia de los avances culturales, científicos y tecnológicos, han ido desglosando algunos comportamientos pecaminosos de su catálogo y reduciendo la penitencia en otros. En la misma medida que es mucho más complejo certificar un milagro hoy en día que varios siglos atrás.

Por todo ello (dicho sea con todos mis respetos y sin buscar sentido peyorativo a la expresión), desde mi punto de vista, hay religiones que son como la coca-cola, porque en sus misterios y en su capacidad de combinación y de adaptación a las distintas corrientes sociales se basa su subsistencia.

Afortunadamente hay algo que pervive y pervivirá por los siglos de los siglos (excepción hecha de una nefasta contaminación biogenética, química o nuclear): EL AMOR (con mayúsculas).

Javier Feijóo
Del libro: "oCURRencias"

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